Título original:l Das reichsorchester – Die Berliner Philarmoniker und der Nationalsozialismus
Origen: Alemania. Duración: 90 min.
Idioma: alemán. Subtitulado
Dirección: Enrique Sánchez Lansch
En 1933, cuando Hitler llegó al poder, la Filarmónica de Berlin funcionaba como una sociedad de responsabilidad limitada que se encontraba al borde de la ruina. Algunos músicos habían perdido sus puestos de trabajo como consecuencia de lo que hoy se llamaría una reestructuración de plantilla. La orquesta pasó a depender del Ministerio de Propaganda que dirigía el fanático dirigente nazi Joseph Goebbels. Casi de inmediato, los pocos músicos judíos de la orquesta la abandonaron y emigraron de Alemania ante lo que se avecinaba. Gracias a ello salvaron sus vidas para contarlo.
A pesar de los siniestros indicios, los músicos no parecían enterarse. Ellos se limitaban a refugiarse en su arte y a interpretar lo mejor posible las partituras bajo la dirección del maestro Wilhelm Furtwängler, un genio sobre el que tradicionalmente ha pesado la sospecha de las simpatías filonazis. Furtwängler fue objeto de un proceso de desnazificación al final de la guerra, del que resultó absuelto.
Los integrantes de la orquesta eran seres privilegiados en el nazismo. Estaban exentos de ser llamados a filas. Podían traer de sus giras por el extranjero productos escasos en Alemania, como café y tabaco, que luego utilizaban como moneda de trueque para conseguir alimentos.
El director del documental, el hispano-alemán Enrique Sánchez Lansch ha conseguido los testimonios insólitos de dos músicos que vivieron aquellos tiempos: el ex primer violín de 96 años Johannes Bastiaan y el contrabajista, de 87, Erich Hartmann. Bastiaan explica que las autoridades le regalaron una vez un valioso violín que recogió en un almacén donde estaban depositados muchos instrumentos. No se le ocurrió pensar que el violín podía haber pertenecido a un colega judío desaparecido. Bastiaan explica que en la Filarmónica se vivía como bajo "una campana de cristal".
Era éste el ambiente en el que se mezclaban músicos, apolíticos en su mayoría, con una docena que sí eran afiliados al partido nazi. El microcosmos que refleja el documental explica mucho más sobre el apoyo que en Alemania se prestó al nacionalsocialismo que los discursos de los políticos o las películas que retratan a los malísimos nazis. Fue la conformidad, el no hacer preguntas, el aprovecharse de la situación, el negarse a ver la realidad lo que sostuvo a la dictadura. "No era una orquesta nazi" es una frase que se repite varias veces a lo largo del metraje. Lo dicen los músicos y los hijos de los músicos. Una hija del viola Christian Bucholz llega a negar que su padre, un nazi redomado, perteneciese al partido. No se ceba el documental en el papel que le correspondió a Furtwängler, quien finalmente continuó al frente hasta 1954.
Lo que en suma refleja en sus imágenes de archivo es cómo se entremezclaron civilización y barbarie en un tiempo difícil. La música de Beethoven o Händel con los rebuznos de Goebbels y los músicos de la Filarmónica como coro obligado. No se puede explicar mejor cómo un pueblo de pensadores y poetas fue capaz de parir el Holocausto. (www.elpais.com)
A pesar de los siniestros indicios, los músicos no parecían enterarse. Ellos se limitaban a refugiarse en su arte y a interpretar lo mejor posible las partituras bajo la dirección del maestro Wilhelm Furtwängler, un genio sobre el que tradicionalmente ha pesado la sospecha de las simpatías filonazis. Furtwängler fue objeto de un proceso de desnazificación al final de la guerra, del que resultó absuelto.
Los integrantes de la orquesta eran seres privilegiados en el nazismo. Estaban exentos de ser llamados a filas. Podían traer de sus giras por el extranjero productos escasos en Alemania, como café y tabaco, que luego utilizaban como moneda de trueque para conseguir alimentos.
El director del documental, el hispano-alemán Enrique Sánchez Lansch ha conseguido los testimonios insólitos de dos músicos que vivieron aquellos tiempos: el ex primer violín de 96 años Johannes Bastiaan y el contrabajista, de 87, Erich Hartmann. Bastiaan explica que las autoridades le regalaron una vez un valioso violín que recogió en un almacén donde estaban depositados muchos instrumentos. No se le ocurrió pensar que el violín podía haber pertenecido a un colega judío desaparecido. Bastiaan explica que en la Filarmónica se vivía como bajo "una campana de cristal".
Era éste el ambiente en el que se mezclaban músicos, apolíticos en su mayoría, con una docena que sí eran afiliados al partido nazi. El microcosmos que refleja el documental explica mucho más sobre el apoyo que en Alemania se prestó al nacionalsocialismo que los discursos de los políticos o las películas que retratan a los malísimos nazis. Fue la conformidad, el no hacer preguntas, el aprovecharse de la situación, el negarse a ver la realidad lo que sostuvo a la dictadura. "No era una orquesta nazi" es una frase que se repite varias veces a lo largo del metraje. Lo dicen los músicos y los hijos de los músicos. Una hija del viola Christian Bucholz llega a negar que su padre, un nazi redomado, perteneciese al partido. No se ceba el documental en el papel que le correspondió a Furtwängler, quien finalmente continuó al frente hasta 1954.
Lo que en suma refleja en sus imágenes de archivo es cómo se entremezclaron civilización y barbarie en un tiempo difícil. La música de Beethoven o Händel con los rebuznos de Goebbels y los músicos de la Filarmónica como coro obligado. No se puede explicar mejor cómo un pueblo de pensadores y poetas fue capaz de parir el Holocausto. (www.elpais.com)
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